01 Mar
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Paul Thomas Anderson (There Will Be Blood, Boogie Nights) es de esos directores polarizantes tan característicos del último boom que hubo, por allá en los 90. O lo amas con fervor o te ves incapaz de soportarlo. Todos sabemos que el que estos dos grupos converjan  es como quedar primero en una prueba de estado contestada al azar: las posibilidades son nimias, pero son posibilidades. Así que, si junto a The Master esta es la única obra del director que ha podido ganar al tin marín, ya es de suponerse la calidad de la misma.




Anderson nos presenta (junto a un bellísimo manejo de la cámara) una historia de obsesión y dependencia autoimpuesta representada en sus dos personajes principales: Reynolds Woodcock (más que digno Daniel Day-Lewis), un solicitado modisto de la Inglaterra de la posguerra, con sentimentalismo edípico y notoria excentricidad mostrada por Lewis a través de miradas y muecas excelentes; y Alma (Vicky Krieps, poniéndose a la altura de su compañero), una camarera que se convierte en musa de Reynolds, con el que tiene una relación amorosa bastante particular. También está Cyril (Lesley Manville, que con su poco tiempo en pantalla conquistó a los votantes de la Academia), hermana del protagonista que ocupa el papel de madre que él en su capricho tanto necesita. La complejidad de los personajes convierte a esta historia en una de las mejores de los últimos años. Cabe resaltar también la banda sonora compuesta por Jonny Greenwood, que es utilizada como recurso narrativo y no como efecto de ambientación dramática (que es en lo que se han convertido los soundtracks). Lástima que ni la posibilidad del examen aleatorio se ve presente en la respuesta a si ganará el Óscar.




LO QUE MÁS ME GUSTA: la complejidad de los personajes

LO QUE MENOS ME GUSTA: un momento en que la evolución de un personaje está un pelín forzada, pero no es nada




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