21 Jan
21Jan

El festival de Cannes que hemos estado recientemente ha decepcionado en su gran mayoría. Podeis contar apenas con los dedos de una mano a vuestra elección y os dareis cuenta que no llega ni a la mitad. Pocas han sido rescatables como para ser almacenadas en las vitranas. La gran mayoría han provocado grandes horas de sueño y terrorífico aburrimiento, y toda esa experiencia de pesadilla tiene que ser tragada de forma seguida, ya que los periodistas ven las películas en festivales de esta manera.


Wonderstruck no os esperéis que sea una excepción a esta regla. Incluso diría que su experiencia al verla es aún peor que las demás. Añado esto porque mis pretensiones sobre ella eran altas. Se respiraba un aire a tramas infantiles bien cuidadas y desarrolladas como ocurrió en la “Invención de Hugo”, un triunfo en el año 2011 del cineasta Martin Scorcese y que curiosamente, estas dos historias fueron obra del mismo autor. Pero la manera en la que se lleva a la gran pantalla dependiendo del director, puede llevar a un resultado contingente, de muy bueno a muy malo. Todd Haynes no es Martin Scorcese, y esto merma en la calidad final.


Wonderstruck tiene un buen adorno, técnicamente no se la puede reprochar. Es una idea original la de cambiar el tono de la imagen, a blanco y negro en los años 20 y cambiarla al color normal si vamos a los años 70. Es una historia de conexiones, un lugar que abarca generaciones. Y no es mala esa idea, pero si no tienes soporte con un buen montaje, vas a sentir todo forzado. Haynes estructura el desarrollo, el paso de escena a escena de una manera poco natural y convincente. No encontramos una linealidad ni una conexión real, aunque la historia se sitúe en otros años pero en el mismo lugar, nosotros sentimos que viven los protagonistas en diferentes planetas. La música y su tono cambia drásticamente al movernos de uno en uno (no podemos tener una canción rockera y pasar de repente a piano calmado y blanco y negro. Ese montaje tiene que ser sutil).


Con los problemas evidentes de montaje, la historia avanza como perdida, sin saber a donde ir. Le preocupa mucho al director emocionar en imágenes y usar el sonido como herramienta de lucimiento. Todo eso lo hace genial, por eso el film consigue no ser del todo un desastre de época.  La narrativa anda sin cabeza y no termina de encontrar esa CONEXIÓN obligatoria y necesaria entre protagonistas. La película se va por un camino donde se desprende de los espectadores,  con un lugar que promueve ser la base de ese vinculo: el museo de las maravillas. Ese vinculo puede perfectamente otro; como si es la casa de mi abuela en Pekín o el quiosco de la esquina. Dará igual donde sea porque la película no cambiaría en planteamiento.

Perdidos y encima aburridos, conseguimos no amargarnos viendo la bella cara de nuestra protagonista; Millecent Simmonds es la relevación y lo único que hace brillar un camino lleno de negro. Y de nuevo, Michelle Willians desaprovechada, todo un clásico.



Animado por su poster, me animé a ver algo que confiaba que conseguiría emocionarme. Lo único que hizo fue hincharme de apatía y desgana por ella.

LO QUE MÁS ME GUSTA: Su peculiar uso del sonido

LO QUE MENOS ME GUSTA: El montaje tan forzado 


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