LALALAND: Uso del color

La película empieza con el plano largo de un número musical que nos contextualiza espacial y temáticamente en donde se desarrollará la historia. El uso del color es indudable a primera vista, los danzantes visten de amarillo, rojo, azul y verde primordialmente. Estos irán cambiando e intercalándose a lo largo de la película. Por ejemplo, en las escenas de Mía y Sebastian aparecen los colores azul y rojo sin establecerlos con un solo personaje. Sin embargo, el azul se nos muestra principalmente con Mía, en su vida incómoda y solitaria aun cuando se mezcla con amigas y más gente en fiestas. De la misma forma, con Sebastian se nos muestra el rojo, que se podría interpretar como la pasión que trata de ingresar en la vida de Mía para motivarla a no rendirse y perseguir sus sueños. Pero volveremos a eso más adelante.

Después del primer número musical; Another Day of sun, que ya estableció la idea de una carretera que no avanza, una ciudad en donde el tráfico siempre está atascado, al igual que los ideales de nuestros protagonistas; se nos presenta a Mía, trabajadora de cafetería que aspira a ser una actriz de Hollywood y sin mucha suerte. Después, mediante una elipsis sonora (el sonido del piano y el claxon) hacia la carretera, se nos presenta a Sebastian, un pianista de jazz idealista que quiere abrir su propio club y sobrevive tocando en un restaurante.

Y es su encuentro con el que el director Damien Chazelle empieza a recontar su versión moderna del musical hollywoodense clásico, teniendo como referencia principal a su mayor influencia; “Los paraguas de Cherburgo”.

Como ya vislumbré antes, una de las principales alusiones a la película francesa es el uso de los colores primarios y sus variaciones para contar la historia de amor.

Mia empieza estando rodeada del color azul, hasta lleva un vestido enteramente de ese color cuando conoce a Sebastian. Recordemos que azul en inglés es “blue”; palabra que no solo denomina a dicho color sino también significa “tristeza”. Sin embargo, esto no significa que Mía lleve una vida totalmente triste, solo que se encuentra en una etapa o momento del que trata de escapar y marcado por la tristeza de no ser aceptada en ningún rol de sus audiciones. Cuando sale de una fiesta y camina en la noche por las calles de L.A, la fotografía es fría y sigue rodeada por varios tonos de azul, hasta que encuentra un borde rojo fosforescente de un cartel en el que no hay nada en su interior. Pero en el interior del restaurante en donde está el cartel se encuentra Sebastian y de él proviene la melodía principal de la película. Se produce así la primera introducción significativa del rojo. Cuando Mía entra al restaurante su rostro queda rodeada de las lámparas y luces rojas, cálidas, un lugar donde se siente cómoda.

A partir de este punto los dos colores se yuxtaponen comienzan a aparecer juntos en muchos planos, en distintas proporciones, pero sin encontrar un balance visual concreto. Como si Mía intentará aceptar el rojo, Sebastian, en su vida, pero rechazándolo continuamente. No obstante, otro color entra en juego; el amarillo. Sebastian desde el principio de la película viste trajes marrones, beige y demás variaciones del amarillo, además de rojo. Como se ve a lo largo del metraje Sebastian es más seguro y soñador que Mía, características que trata de influir en ella y cuando esta se encuentra en una cena con su novio de la que quiere escapar para llegar a una cita con Sebastian en el cine, está vistiendo un vestido verde, la combinación de azul y amarillo. Al igual que los fondos del observatorio Griffith, donde transcurre su unión, son verdes, cubiertos por la noche azul y Sebastian brillando de amarillo.

Este uso tan estimulante del color llega a su punto máximo al final de la película cuando deseado bar de Sebastian, además de ser nombrado como Mía sugirió, tiene una iluminación azul, como si quisiera mantener el recuerdo de su color, el cuál había aceptado sin ningún problema al principio.

Obviamente esto podría tener otra interpretación algo más rebuscada, como que cada color representa distintos estados de ánimo en relación a lo que quiere cada personaje. En ese caso si el rojo es el color de sus sueños, aún inalcanzados, también lo es los sueños de Sebastian, pero Mía se da cuenta de que este no los alcanza como ella, pues se estanca en una banda de jazz comercial. Lo cual es otro tema más tangencial en la película.

Se propone la idea de si vale la pena dejar morir un género, como el jazz en el caso de la película y el musical en el caso de la vida real, o revivirlo mediante la incorporación de recursos modernos y hacerlo más accesible al público en general. Chazelle no toma ninguna posición al respecto, simplemente deja abierto al debate. Aunque se podría atisbar cierta preferencia por lo primero cuando en el primer concierto de Jazz, Mía es empujada por la gente hacia atrás, alejándola de escenario, justo cuando Sebastian empieza a tocar una especie de órgano con sintetizador incluido que distorsiona el sonido de las notas (los recursos modernos a los que me refería).

Todo este incansable uso de los recursos, sin contar la gran secuencia de montaje final, total y únicamente musicalizada, y las extensas coreografías, es triunfadora de por lo menos un visionado.


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